“La verdad es que no se necesita mucho para ser feliz”, dice Rodolfo Calderón al tiempo que mira detenidamente sus manos.
“A lo largo de la vida uno hace muchas cosas sin saber que lo más importante es su familia”. Esa es la reflexión de Calderón, un salvadoreño originario de Santa Ana, que después de toda una vida en Estados Unidos, considera que lo ha logrado todo, que emigrar valió la pena.
“Yo vine a Estados Unidos por dos años, quería ahorrar dinero. Han pasado 48 años desde entonces”, dice Rodolfo Calderón.Es entonces que decidió que saldría del país en busca de trabajo y ahorros. Era 1976. “Me vine por suerte, antes de que las cosas se agravaran”. Tuvo la fortuna de no vivir las barbaridades de 11 años de guerra que desgarraron a su país, conocido como el Pulgarcito de América.
Entonces llegó el tiempo de emigrar y esas habilidades que obtuvo como cobrador de autobús, le permitieron hacer el viaje de El Salvador a Tijuana en cuatro días sin dificultades. “Cuando me detenían en México les decía que era de Michoacán, porque a los salvadoreños los extorsionaban más”. Y de ahí en adelante todo fue como una escalera de aprendizaje que le llevó a cortar vidrios, aprender técnicas de construcción, y otras habilidades que le permitieron ir destacando.“Puse el taller en 1992. Y como era muy inquieto, mientras hacía mi trabajo de tiempo completo, me dedicaba a comprar autos usados, los reparaba y les sacaba una ganancia y compraba otros, así sucesivamente. Hasta que me encontré con los camiones”.
“De las 18 propiedades que teníamos solo me quedé con tres, y aunque al principio me dolió mucho toda esa pérdida, con el tiempo entendí que no se necesita tanto para ser feliz”.