La pintora, colorista y de emoción descarada, empezó tarde sabiendo que tenía que arriesgarlo todo, escribe el escritor y ensayista irlandés Colm Tóibín
Vio lo que todavía podía hacerse; este fue su gran logro. Comprendió la frase de W. B. Yeats “el ojo encantado” y le dio un significado intenso y activo. En sus gestos de pintora había valentía, búsqueda y una especie de intrepidez. No temía, por ejemplo, repetirse, hacer el mismo tipo de marcas y ver entonces qué sorpresa traería el momento de la realización.
Era la pintora de lo que yace debajo, elementos que deben ser registrados de manera sutil y misteriosa, de lo que está entre las cosas y permite una mirada plena sobre cómo era el mundo. Muchas de sus pinturas se presentaban como declaraciones abstractas, utilizando gestos heroicos en espiral, evidencia del momento capturado, versiones inspiradas de lo que el poeta Gerard Manley Hopkins denominó “paisaje interior”.