La psicopatología cotidiana en la era actual, plantea el autor, tiene como núcleo la desconexión con la realidad, la pérdida de nexos entre las palabras y las cosas.
Enfermedad, a veces, suena como una mala palabra. Provista de un ropaje de sanciones morales, la rechazamos por considerarla peyorativa. Si se trata del organismo, el contexto nos exige volver a ser útiles y estar enfermo recibe el mote de vagancia. Si pensamos en el alma, decir enfermo se volvió un insulto. En simultáneo, quienes definen la enfermedad ajena pretenden para sí una normalidad que sospechamos es solo ficción.
El psicoanálisis, dijo Freud, produjo una herida narcisista en la civilización pues desalojó al yo como amo de sí mismo; la racionalidad y la voluntad no gobiernan nuestro decir y nuestras conductas.
Cuando debatimos, ya no lo hacemos en virtud de nuestros ideales, ni tampoco sobre lo que consideramos bueno o malo, útil o perjudicial, sino que nos enfrascamos días discutiendo si algo existe o no. Tal es el efecto de los discursos falsos, metidos dentro nuestro hasta en la vesícula. Responder todo el tiempo si algo ocurrió o no nos alejó de nuestros deseos, anuló nuestra capacidad de hacer proyectos y nos hizo abandonar nuestra esperanza de un mundo mejor.
Sin embargo, lo que deseamos saber ahora no es cómo se desarrolla la producción social de subjetividades sino si lo social mismo posee los caracteres de la psicopatología. . Einstein, por su parte, en 1932 le escribió alarmado sobre la psicosis colectiva y Ferenczi alertó sobre las psicosis de masas. Actualmente, Byung-Chul Han analiza la sociedad del cansancio y la depresión y Bifo Berardi propone una geopolítica de la psicosis. Recordemos, además, que la religión, para Freud, era una neurosis obsesiva colectiva.