El cine de la resistencia no sabe cómo filmar el enigmático acto por el cual los oprimidos besan la mano del amo.
En la edición quincuagésima del Festival de Cine de Gramado, que finalizó hace unos días, la palabra más empleada en los extensos discursos de cineastas, productores, intérpretes y críticos en cada una de las presentaciones fue “resistencia”.
Paradoja semántica y pragmática: la palabra “resistencia” no ejerce ninguna resistencia a nada. Su invocación puede convencer al que la pronuncia de su legítima posición política y hacer que se perciba a sí mismo como estando del otro lado de los poderosos. Si se trata del innombrable que hoy legisla desde el hermoso palacio concebido por Oscar Niemeyer en Brasilia, poco importa compilar sus declaraciones obscenas e indignarse. Exigua en vocabulario, la retórica ultrarreaccionaria compendia silogismos simples y prejuicios no vistos como tales.